Sunday, May 07, 2006

LA HISTORIA DE TIJUANA NO ES LA HISTORIA DE MÉXICO



—Ay, pero es que el casino de Agua Caliente...

—¡El casino de Agua Caliente es un pinche casino de putas y cabrones, además, de puros pinchis gringos!



Tijuana no formó parte de México hasta después del sexenio del presidente Lázaro Cárdenas. ¿Porqué? Porque no había ni un pinchi ferrocarril en que trasladarse del centro de la capital, y la moneda norteamericana era la que circulaba.
Esta época de la historia de Tijuana no es la historia de México.

Yo, como profesor de filosofía, rechazo ese capítulo de la historia de Baja California como parte de la historia de este estado.
El fenómeno es más bien un entrecruzamiento de la historia de los Estados Unidos con la historia de México; un enlace donde la historia de un pueblo que crecía como bestia y empezaba a crear su propia cultura. Donde Vizcaíno se vuelve el moralista más hijo de puta; donde el gringo, la única forma de salir por las noches de borracho, de puta, de drogo o de cabrón era fuera de su propio país.

Y así fue, se dedicaron a violar a Tijuana durante un siglo, y muchos de los tijuanenses pensaban que eso era algo maravilloso.

Yo no puedo considerar que desde el momento que el general Cantú le vende a un empresario norteamericano los derechos para establecer casinos de juego, boxeo, carreras de galgos y caballos, y todo lo que sea de apuestas y huela a burdel. Cantú vende esos derechos porque no tenía ninguna otra forma de obtener recursos, y por otra parte, porque el país estaba en una situación política muy gruesa.
A cambio de ingresos, Cantú les vende a los extranjeros la dignidad del estado (ya de por si el valle de Mexicali pertenecía a los gringos y Ensenada por igual estaba ya concesionada).
Así que concesionar Tijuana era, por tanto, circunstancia inevitable. Las concesiones van pasando de una empresa a otra, y ¡pum! establecen el hipódromo, entonces llegan a Tijuana cinco mil personas, cuando la población era de dos mil. La ciudad se transforma en... lo que tú quieras.
Los empresarios norteamericanos plagan Tijuana de casinos y burdeles, casinitos por aquí, burdelitos por allá.
(Por cierto acaba de salir un libro que, de pronto desapareció, yo no sé ni cómo, donde expone todas las concesiones que los nativos de Tijuana, o mexicanos realizados en Tijuana, hacían, y donde se detallan las gestiones que esta gente llevaba a cabo en la ciudad de México para obtener autorizaciones para establecer casinos, burdeles, licorerías y cantinas).

Naturalmente que los trámites y gestiones para montar casinos y burdeles los hacían mexicanos, pero quienes estaban manejando el negocio todo eran los norteamericanos. La ciudad se llena de empresas gringas donde aparecen mexicanos como supuestos dueños, que no eran más que prestanombres.

Hasta las putas eran extranjeras.
(Hace poquito hubo una exposición que presentaba cómo era Tijuana en esos tiempos; se exhibe la lista de los nombres de las putas; todas extranjeras, polacas, italianas, francesas. ¿De dónde iban a agarrar mexicanas? Todo era gringo, y los gringos venían a coger, en inglés).

En esa época, había un gobierno mexicano que administraba una serie de empresas norteamericanas que estaban realizando en la frontera norte de la República y en el sur de Canadá, negocios que la ley seca y el moralismo extremo de Los Estados Unidos prohibían.
Tijuana evoluciona bajo estas prácticas y se transforma en eso, y crece de una manera tan imponente que, cuando llega al poder Cárdenas y manda a su secretario de Gobernación para ponerlo al tanto de la situación que prevalece aquí, el secretario le dice:

—"¡A Baja California la vamos a perder! ¡Esto ya se lo llevó la chingada!".

Con otra, que cada diputadillo gringo de mierda que decía:

—"Hay que comprar Baja California".

Cárdenas cierra y expropia los casinos y burdeles y entrega los derechos a los mexicanos. Entrega los casinos a los obreros, borra el vicio, moraliza, reparte tierras, etcétera.
Pero estalla la Segunda Guerra Mundial y... ¡mocos, cabrón!, la ley de la oferta de putas y cabrones, casinos, juegos y droga y la chingada, pues aumenta.
Por tanto, Cárdenas, sin darse cuenta, nacionalizó el vicio.
No le quedaba otra.
Una cosa es la política y otra cosa es la historia, ¿no?
Tijuana vuelve a quedar en manos de quienes manejaban el juego, la droga, la vida nocturna, etcétera.